lunes, 31 de octubre de 2016

BARRERAS EN LA COMUNICACIÓN FAMILIAR

Una de las expresiones que solemos escuchar dentro de una familia en conflicto es “con ése no se puede hablar”. Es fácil encontrar a un padre hablando así de su hijo adolescente o a una esposa refiriendose a su marido. En ese punto, nos encontramos a alguien que ha hecho serios esfuerzos bien intencionados por dialogar con el otro y se ha topado con una cerrazón típica de las conchas marinas. Esto genera una importante dosis de frustración que alimenta el distanciamiento y la disgregación familiar.

¿Cómo abrir la concha? Puede ser interesante tomar conciencia de algunas de las principales barreras de la comunicación familiar que están distorsionando nuestra relación de pareja o nuestro entendimiento con los hijos. Sin ánimo de ser exhaustivos podríamos enumerar las siguientes:

1.- Actitud de superioridad. Cuando en nuestras conversaciones percibimos que el otro adopta una actitud paternalista, condescendiente o moralizante automáticamente levantamos una defensa  para poder expresar nuestra autonomía e independencia. Dejamos de escuchar, evitamos ceder y aunque podamos reconocer que lo que el otro señala es verdad nos atrincheramos para evitar cualquier concesión a su intento de conducirnos.

2.- Adivinar el pensamiento del otro. En las conversaciones subidas de tono se suele escuchar “tú lo que quieres es que... (yo no salga nunca/haga siempre lo que tú dices)” Con esta expresión  estamos atribuyendo malas intenciones a nuestros interlocutor. La respuesta lógica que recibiremos será defensa, ataque o huida. Muy poco útiles para alcanzar un acuerdo o para lograr armonía familiar.

3.- Interrumpimos al otro con frecuencia. Respetar el turno de palabra es muy saludable para evitar una escalada de violencia verbal. Cuando soy interrumpido me siento menospreciado (te interrumpo porque ya sé lo que vas a decir) y tiendo a responder pagando con la misma moneda. La interrupción puede ser exterior o interior. Mientras el otro habla yo estoy preparando mi respuesta porque lo que dice no merece ser escuchado.

4.- Afirmaciones dogmáticas y radicales. “Siempre estamos igual”; “nunca me escuchas”; “siempre haces lo que te da la gana” “aquí es que no se puede hablar”. Expresiones así son bloqueadores del diálogo porque introducen el veneno de la desesperanza y dibujan una escena catastrófica en la que estamos incapacitados para dialogar, aprender o convivir.

5.- Encasillamos al otro. A lo largo de la historia que compartimos con el otro, hemos observado un patrón de comportamiento y, consecuentemente, le hemos asignado una etiqueta (“es un flojo”, “es una caradura”, “es una mandona”, “es un comodón”). Con ello creamos dentro de nosotros  pobres expectativas respecto a la atención que el otro nos va a prestar. Nos acercamos a él con prevenciones y defensas que en muchas ocasiones son detectadas por nuestro interlocutor. Es la crónica de una muerte anunciada.

6.- Oído selectivo. Es el contrapunto de la barrera anterior. El hijo está predispuesto a escuchar y a defenderse de mensajes de su madre que connoten autoridad, control o superioridad. Así mismo, el padre, con respecto al hijo, está preparado para reaccionar a mensajes de desacato o indiferencia. Es un coctel que augura un desenlace fatal.

7.- Tendencia a no dar la razón. Se trata de una predisposición a no ceder en ningún aspecto y a evitar sea como sea que el otro se quede encima. Es como hablar con el “Doctor no”. Nos cerramos en nuestra posición para ganar sea como sea en la batalla dialéctica aunque sea a costa de actuar en contra de nuestros propios principios éticos.

8.- Discurso excesivamente emocional. El enfado o el nerviosismo interfieren seriamente en el contenido de lo que hablamos y en la forma en la que tratamos al otro. Es mejor buscar la calma y el momento adecuado para decir las cosas más difíciles a las personas que más queremos.


Estas son algunas de las principales barreras que distorsionan la comunicación con las personas que más nos importan. Si deseamos que el otro se abra, escuche o acepte lo que deseamos decirle merece la pena cuidar el lenguaje, nuestra actitud, la forma, el lugar o las personas que están presentes cuando queremos tratar temas sensibles. En estos casos, la primera persona con la que tengo  que hablar es conmigo mismo, de manera que pueda desmontar estas barreras para que lo que deseo decir sea escuchado, acogido y aceptado con más facilidad.

Espero os haya gustado.


martes, 11 de octubre de 2016

NO NOS ENTENDEMOS. ESTAMOS EN MODO HOSTIL.

Las discusiones, los enfados y los roces suelen ser elementos naturales en la vida familiar. No obstante, en ocasiones estas situaciones se convierten en un conflicto enquistado. Parece que la relación de pareja no puede abandonar el “modo hostil”, percibimos que nuestro hijo  está siempre a la defensiva o la comunicación con nuestro hermano se hace muy difícil. En estos casos, nos encontraremos que “varias personas tienen posiciones, valores, intereses o deseos contrapuestos” y eso está contaminado por las emociones y el estilo de comunicación.

Pueden surgir conflictos sobre cómo gastar el poco dinero que tenemos, cómo emplear nuestro tiempo libre, cómo educar a los hijos, cómo debe ser nuestra relación con la familia política, sobre quién debe responsabilizarse de qué en la casa o incluso cuáles deben ser los papeles que juega miembro en la casa. No obstante, el desencadenante no suele ser la causa. Más bien hay que revisar la historia de roces y de “facturas pendientes” para poder clarificar de dónde procede la crisis.

LA TEORÍA DEL ICEBERG
Ante esta situación, nuestro primer consejo debe ser definir bien el problema. Esto puede suponer la mitad de la solución. Para ello recurriremos a la teoría del Iceberg. El hielo que se percibe fuera del agua solo representa el 20% de la masa total. En un conflicto, cada persona mantiene una POSICIÓN (deseo ir a jugar al padel / no quiero que vayas a jugar al padel). Esto es lo que se observa. Dos personas discutiendo, como si la vida le fuera en ello, para conseguir que el otro ceda en su posición.
No obstante, la discusión esconde “bajo agua” otros elementos. Cada postura se explica con los INTERESES. Estos responden a la cuestión de por qué mantiene esa postura (He quedado con el jefe para jugar y no le quiero fallar / necesito ayuda con los niños porque estoy estresada). Conocer los intereses que justifican cada posición ayuda a buscar caminos de conciliación (Jugar al padel no va ser una costumbre / mañana te quedas tú con los chicos).  

Otro elemento, más sumergido, son las NECESIDADES. Los intereses se explican acudiendo  a la necesidades de cada persona: necesidad de afecto, descanso, ser aceptado, seguridad, sentirse realizado, bienestar emocional. Conocer las necesidades profundas que movilizan el comportamiento del otro nos ayuda a ser más respetuosos con su posición y dialogar con más calma. Dejamos de ver al otro como un caradura que solo quiere imponer su posición y nos abrimos a la posibilidad de conciliar intereses y necesidades.

SECUESTRADOS EMOCIONALMENTE


En muchas ocasiones, cuando las posiciones se contraponen anida en nuestro interior la condena (es un … “tal o una cual”), el catastrofismo (me va a reventar la cabeza) o los deseos de venganza (le voy a pagar con la misma moneda). Cuando esto ocurre, somos secuestrados emocionalmente, nos configuramos en “modo hostil” y utilizamos un estilo de comunicación agresivo. En ese momento, no deseamos resolver el conflicto. Solo queremos ganar e imponer nuestra visión de las cosas.

Por eso, conviene tomar distancia del problema, ir despacio, reflexionar sobre los intereses y necesidades compartidos, mostrar actitudes templadas, eludir el sarcasmo, cuidar el estilo de comunicación y si, solos no podemos, pedir ayuda a un profesional.


Cada familia es única y cada crisis familiar integra un universo de historias, implicados y connotaciones pero espero que esta pequeña reflexión nos anime a fortalecer nuestras relaciones personales.



martes, 4 de octubre de 2016

Mi hijo no me escucha ni me obedece.

Hoy día es frecuente encontrar esta queja en muchas familias. La conflictividad familiar está creciendo pero ahora no nos vamos a detener en analizar cuáles son las causas. Lo cierto es que muchas casas se llenan de voces, amenazas, portazos y sensación de frustración cuando los hijos no siguen las consignas de los padres. La relación entre padres e hijos se deteriora, se pone a prueba la propia pareja, se resquebraja la autoestima de los padres y el rendimiento escolar del hijo comienza a bajar.

Por eso merece la pena tener en cuenta algunos principios básicos que nos orienten para afrontar la desobediencia de nuestros hijos.

1º.- Padre y madre deben apoyarse incondicionalmente. Si los progenitores se desautorizan mutuamente, el niño, que quiere escapar de una responsabilidad, podrá encontrar un aliado en uno de sus padres.

2º.- Ser ejemplo en aquello que ordenamos. Si los padres piden que traten con respeto a los demás o que colaboren en casa  mientras que ellos descuidan estos aspectos, sus peticiones perderán fuerza moral y quedarán desautorizados.

3º.- Evitar discusiones interminables. Una vez que se ha dado la explicación pertinente, es preferible mostrarse firme antes que discutir y discutir hasta que el niño acepte la tarea que se le pide.

4º.- Seamos coherentes. Es más fácil cumplir normas fijas y previsibles. Aunque dentro de cierta flexibilidad que nos permita alguna excepción, es muy útil que las normas se conviertan en costumbres.

5º.- Si  recurrimos al castigo, éste debe ser realista (que se pueda llevar a cabo), proporcionado (ajustado al comportamiento), educativo (que restituya el daño causado) y que se cumpla. De nada sirve un rosario de amenazas que no se cumplen o imponer castigos que acaban por desvanecerse (“vas a estar todo el mes sin ver la tele”).

6º.- Hablar con claridad sin hacer descalificaciones o generalizaciones. Es frecuente chillarle: “eres un desordenado, has dejado el cuarto hecho un asco”. Este mensaje deteriora el concepto que tiene de sí mismo e introduce el catastrofismo en la conversación. Es mejor centrarse en el comportamiento, en las consecuencias del mismo y en lo que le pedimos que haga. Sería mejor: “Has dejado la ropa, los zapatos y los libros desordenados en tu cuarto. Así vas a arrugar la ropa, alguien va a tropezar o vas a perder algo. Ve y coloca cada cosa en su sitio”.

7º.- Dar una orden tiene su truco. Antes de dar la orden debemos asegurarnos de que nos escucha. Esperaremos a captar su atención para hacer la petición. Después daremos la orden (breve, concreta y  solo una) y cuando la obedezca, le recompensaremos con un elogio, con nuestro agradecimiento, con una caricia o un pequeño comentario.

En muchas ocasiones, me gusta hacer una reflexión con los padres que se enfrentan a problemas de este tipo: “¿Cuánto vale tu palabra?”. Si le has pedido que haga algo y no lo hace ¿qué pasa después? Si le has amenazado con un castigo ¿qué pensará tu hijo si no lo cumples? Si cambias las normas de casa según te convenga ¿qué expectativas tiene tu hijo sobre ti? La palabra de los padres debe cumplirse, debemos ser firmes aunque suponga cierta conflictividad al principio. Las normas  y las pautas de una autoridad como los padres son un factor que ayuda a construir la personalidad de nuestros hijos.

Espero que os hayan gustado estas pequeñas pautas.