La
mayoría de los padres hemos tenido que soportar episodios en los que nuestro
hijo se tira al suelo, chilla, golpea los muebles o llora amargamente cuando le
hemos negado alguna petición o le hemos cambiado el plan o la actividad. Estas
escenas, según la situación, las hemos vivido con estupor, ira o vergüenza
aplastante.
Las
rabietas o las pataletas son respuestas muy frecuentes en niños de dos o tres años y, aunque lo previsible es
que remitan con la edad, algunos llegan a los cuarenta y siguen dando portazos
o abalanzándose sobre la bocina del coche.
En
ocasiones, se desencadenan porque están cansados o sobre estimulados y no
pueden controlar las emociones. Otras veces, expresan el enfado y frustración
que sienten por no poder hacer algo que querían hacer. Esta primera infancia es
una edad de afirmación del yo. El pequeño iracundo trata de establecer su
individualidad y su forma de hacerlo tiene que ver con el temperamento heredado.
La cuestión es que les funciona.
Los padres por miedo a que se haga daño o sufra un colapso, por vergüenza o por
cansancio acaban haciendo alguna concesión al hijo. O bien ceden y le dan lo
que pide (le compran el huevo kínder en la cola del supermercado), o le dan más
atención y ternura (abrazos, caricias, suplicas y explicaciones durante unos
minutos), o le dan un sustituto de aquello que había pedido (le dan el postre
que le gusta o le ponen la camisa que quiere si se controla para que se relaje).
De
esta manera el pequeño iracundo aprende a manejar mal su
propia frustración. Crece con la idea de que sus deseos deben ser
satisfechos con inmediatez y amabilidad porque de lo contrario es insoportable. En
esta dirección estamos educando una persona débil, hedonista, cortoplacista y
muy centrada en sus propias necesidades. Un regalito.
Es
necesario tomar conciencia de que podemos influir en la frecuencia e intensidad
de estos episodios con el objetivo de debilitar este comportamiento que aunque
es normal, puede convertirse en problemático.
Existen
varias estrategias para tomar cartas en el asunto, éstas son algunas:
1. Ignorar las
pataletas. Se trata de hacer caso
omiso cuando observamos que el chico está en un entorno seguro. Hacer firme propósito
de no mirarle, no hablarle, no tocarle. El pequeño puede terminar la pataleta
por sí mismo. Cuando termine no mencionaremos nada del incidente.
2. Poner al niño en el
rincón. Si la pataleta persiste,
los padres pueden llevarle a un rincón o un espacio en el que la rabieta no
reciba ninguna interferencia, atención o recompensa del entorno (padres,
hermanos…). Se quedará allí tantos minutos como años tenga o hasta que desista.
3. Evitar el uso de
pataletas para eludir responsabilidades. Si
ha realizado una pataleta, cuando termine el episodio debe hacer aquello que se
le encomendó (llevar los zapatos a la habitación, recoger el yogur…).
4. No permita que la
pataleta cambien un NO en SI. Los
niños son eminentemente prácticos. Aquello que funciona volverá a ser usado
aunque haya prometido que no lo hará.
Estas son algunas de las más importantes pero si todo
falla, le animo a que se ponga en manos de un profesional.