martes, 1 de agosto de 2017

CONTIGO NO SE PUEDE HABLAR

Contigo no se puede hablar. Con esa sentencia se cierra, muchas veces, una controversia con nuestro hijo adolescente. Hemos tratado de aclararle algún aspecto que debe mejorar o hemos querido negociar algún plan y no hemos sintonizado. Más bien hemos chocado. Rápidamente nos hemos puesto a la defensiva, casi sin querer hemos dudado de las intenciones del otro, hemos comenzado a recordar facturas pendientes y tal vez hemos sugerido algunas amenazas. Esto es un síntoma de que la comunicación se ha viciado. El problema es que el canal de comunicación está apagado o fuera de cobertura. Por eso, muchos padres pasan directamente a medidas coactivas o pasan olímpicamente del chico.

Cuando los padres experimentan este bloqueo en la comunicación con sus hijos, se sienten muy frustrados y desanimados. Nos gustaría poder decirle que estamos de su parte, que deseamos mejorar la relación, que hemos pasado por ahí pero el canal está roto. El mensaje no llega. Nuestro interlocutor no se fía de nosotros.

No se fía por varios motivos. Lógicamente su inmadurez le impide descentrarse de sí mismo pero además hemos de tener en cuenta que, a lo largo de nuestra historia con él, hemos podido cometer errores que alimentan su relato de víctima: insultos, voces, sarcasmo, burlas, desdén…

Si deseamos reabrir el canal de comunicación nuevamente para influir en sus valores, en su búsqueda de la identidad, en sus dudas o en su visión de mundo, necesitamos cambiar nuestra forma de actuar. He aquí algunas pautas que Stephen R. Covey nos brinda en su libro “Los 7 hábitos de las familias altamente efectivas”:

1.- El temperamento nos mete en problemas y el orgullo nos deja allí encerrados. Es necesario superar el resentimiento o la indignación que nos genera el comportamiento irracional de nuestro hijo para evitar conducirnos por la ira. Percibirle como débil o inmaduro (en lugar de fresco o caradura) nos ayudará a practicar el perdón que necesitamos para ser los dueños de la situación.

2.- Trata primero de comprender antes de ser comprendido. Empatizar con el chico no significa ceder, sino más bien tratar de comprender cuáles son las necesidades, dudas, miedos y anhelos que se esconden detrás de todas esas reacciones. Solo así podremos usar su lenguaje. La necesidad más grande del mundo es ser comprendido. La comprensión reafirma, valida, reconoce y aprecia el valor intrínseco del otro.

3.- Escucha de verdad. Cuando alguien nos habla, normalmente estamos preparando ya nuestra respuesta. De esa manera evaluamos, aconsejamos, probamos o interpretamos desde nuestro punto de vista. Pero eso no es una respuesta comprensiva. Escuchar de verdad significa  entrar en su marco de referencia, intentar ver el mundo desde su perspectiva y frenar nuestra tendencia a sacar la metralleta de aconsejar.

4.- Cuando tengas que decirle lo que piensas ten en cuenta estas claves:

a.- ¿Le voy a ayudar o es para satisfacer mi necesidad de enderezarle?

b.- Descubre lo que es importante para él y cómo le ayudarás a lograr sus metas.

c.- Diferencia entre la persona y la conducta. Es más útil centrarse en un comportamiento específico (“nos has hecho tu cama”) que se puede cambiar que señalar un defecto de la personalidad (“eres un vago”) con el que etiquetamos al otro y lo invitamos a defenderse .

d.- Sé especialmente delicado con sus “puntos ciegos”. Son aquellas debilidades que la persona no percibe ni reconoce.

e.- Usa mensajes tipo Yo.  Son mensajes más horizontales. Más fáciles de aceptar. “Así es como lo veo”. “Mi preocupación es”. “Así lo siento yo”. En lugar de  mensajes TU: “Eres muy complicado”. “Es que no causas más que problemas”. “Contigo no se puede hablar”

Lógicamente, conseguir relaciones sólidas y profundas con nuestros hijos requiere que no nos rindamos ante ellos y que tampoco  renunciemos  a ellos. Esto requiere tiempo y paciencia, pero también valor y habilidad.