Muchos
padres se preocupan cuando observan que su hijo hace un montón de payasadas continuamente o que se hace más
pequeño de lo que es realidad. Dejan de
vestirse solos o de comer adecuadamente. Otros ven que su hijo se convierte en
un gran provocador. Se hacen notar, ponen todo su empeño en hacer aquello que
fastidia a sus padres y lo hacen en el peor momento. Muchas veces, los padres,
cansados y atareados, precipitan una buena tormenta
emocional para un pequeño sin paraguas ni chubasquero.
Es
necesario tomar conciencia de que el chico puede estar reclamando atención. Cuando son bebés los padres son una
fuente generosa de cuidados, bienestar y seguridad. Sin embargo, a medida que
crecen y nace algún otro hermano, el niño empieza a ver que se le ponen
límites, que no es el único ser del universo, que se le piden pequeños
esfuerzos (esperar a ser atendido, comportarse en la mesa, compartir algún
juguete…). Además nuestro hijo observa que en la pareja hay una intimidad y
complicidad especial de la que él no participa.
Es
difícil aprender a aceptar que el afecto que te
tienen tus padres no es exclusivo. No soportar esta realidad le
puede conducir a rivalizar con los hermanos, a reclamar tiempo, espacio, afecto
e intimidad con los padres. Poco a poco aprenderá que el afecto es inagotable y
que no tiene por qué tener miedo a perderlo. Los niños que se enfrentan a una
nueva realidad, a una nueva exigencia (escolaridad, llegada de un hermano,
cambio en las rutinas…) sienten inquietud y, de alguna, manera piden apoyo.
Algunas
maneras de reclamar el afecto están muy bien vistas: sacar buenas notas,
cumplir las normas, ajustarse a las expectativas de los padres. No dejan de ser
llamadas de atención. Por eso, conviene tener presente que nuestro hijo está
pidiendo afecto y no sabe expresarlo
de otro modo. Tendremos que observar en qué circunstancias se
producen estos comportamientos y qué cosas estamos haciendo los padres en esos
momentos. Puede ser que intentando eliminar la conducta la estemos fomentando.
Es necesario adoptar una
mirada más amplia, más profunda. Esto nos ayudará a afrontar con templanza las
provocaciones, las payasadas y las regresiones. Así, necesitamos actuar en dos direcciones. Por un lado cuando se produce
el comportamiento molesto corregiremos con calma, desviaremos su atención o le
ignoraremos según el caso. Por otro lado, buscaremos momentos para proveer de
afecto incondicional y dedicarle espacios y tiempos en los que estemos
totalmente presentes para él.