viernes, 18 de noviembre de 2016

EL ENANO SE PONE COMO UNA BESTIA

La mayoría de los padres hemos tenido que soportar episodios en los que nuestro hijo se tira al suelo, chilla, golpea los muebles o llora amargamente cuando le hemos negado alguna petición o le hemos cambiado el plan o la actividad. Estas escenas, según la situación, las hemos vivido con estupor, ira o vergüenza aplastante.

Las rabietas o las pataletas son respuestas muy frecuentes en niños de  dos o tres años y, aunque lo previsible es que remitan con la edad, algunos llegan a los cuarenta y siguen dando portazos o abalanzándose sobre la bocina del coche.

En ocasiones, se desencadenan porque están cansados o sobre estimulados y no pueden controlar las emociones. Otras veces, expresan el enfado y frustración que sienten por no poder hacer algo que querían hacer. Esta primera infancia es una edad de afirmación del yo. El pequeño iracundo trata de establecer su individualidad y su forma de hacerlo tiene que ver con el temperamento heredado.

La cuestión es que les funciona. Los padres por miedo a que se haga daño o sufra un colapso, por vergüenza o por cansancio acaban haciendo alguna concesión al hijo. O bien ceden y le dan lo que pide (le compran el huevo kínder en la cola del supermercado), o le dan más atención y ternura (abrazos, caricias, suplicas y explicaciones durante unos minutos), o le dan un sustituto de aquello que había pedido (le dan el postre que le gusta o le ponen la camisa que quiere si se controla para que se relaje).

De esta manera el pequeño iracundo aprende a manejar mal su propia frustración. Crece con la idea de que sus deseos deben ser satisfechos con inmediatez y amabilidad porque de lo contrario es insoportable. En esta dirección estamos educando una persona débil, hedonista, cortoplacista y muy centrada en sus propias necesidades. Un regalito.

Es necesario tomar conciencia de que podemos influir en la frecuencia e intensidad de estos episodios con el objetivo de debilitar este comportamiento que aunque es normal, puede convertirse en problemático.

Existen varias estrategias para tomar cartas en el asunto, éstas son algunas:

1.     Ignorar las pataletas. Se trata de hacer caso omiso cuando observamos que el chico está en un entorno seguro. Hacer firme propósito de no mirarle, no hablarle, no tocarle. El pequeño puede terminar la pataleta por sí mismo. Cuando termine no mencionaremos nada del incidente.

2.     Poner al niño en el rincón. Si la pataleta persiste, los padres pueden llevarle a un rincón o un espacio en el que la rabieta no reciba ninguna interferencia, atención o recompensa del entorno (padres, hermanos…). Se quedará allí tantos minutos como años tenga o hasta que desista.

3.     Evitar el uso de pataletas para eludir responsabilidades. Si ha realizado una pataleta, cuando termine el episodio debe hacer aquello que se le encomendó (llevar los zapatos a la habitación, recoger el yogur…).
4.     No permita que la pataleta cambien un NO en SI. Los niños son eminentemente prácticos. Aquello que funciona volverá a ser usado aunque haya prometido que no lo hará. 

   Estas son algunas de las más importantes pero si todo falla, le animo a que se ponga en manos de un profesional.