Las
discusiones, los enfados y los roces suelen ser elementos naturales en la vida
familiar. No obstante, en ocasiones estas situaciones se convierten en un
conflicto enquistado. Parece que la relación de pareja no puede abandonar el “modo
hostil”, percibimos que nuestro hijo
está siempre a la defensiva o la comunicación con nuestro hermano se
hace muy difícil. En estos casos, nos encontraremos que “varias personas tienen
posiciones, valores, intereses o deseos contrapuestos” y eso está
contaminado por las emociones y el estilo de comunicación.
Pueden
surgir conflictos sobre cómo gastar el poco dinero que tenemos, cómo emplear
nuestro tiempo libre, cómo educar a los hijos, cómo debe ser nuestra relación
con la familia política, sobre quién debe responsabilizarse de qué en la casa o
incluso cuáles deben ser los papeles que juega miembro en la casa. No
obstante, el desencadenante no suele ser
la causa. Más bien hay que revisar la historia de roces y de “facturas
pendientes” para poder clarificar de dónde procede la crisis.
LA TEORÍA DEL ICEBERG
Ante
esta situación, nuestro primer consejo debe ser definir bien el problema. Esto puede suponer la mitad de la
solución. Para ello recurriremos a la teoría
del Iceberg. El hielo que se percibe fuera del agua solo representa el 20%
de la masa total. En un conflicto, cada persona mantiene una POSICIÓN (deseo ir a jugar al padel / no quiero que
vayas a jugar al padel). Esto es lo que se observa. Dos personas
discutiendo, como si la vida le fuera en ello, para conseguir que el otro ceda
en su posición.
No
obstante, la discusión esconde “bajo agua” otros elementos. Cada postura se
explica con los INTERESES.
Estos responden a la cuestión de por qué mantiene esa postura (He quedado con el jefe para jugar y no le
quiero fallar / necesito ayuda con los niños porque estoy estresada). Conocer
los intereses que justifican cada posición ayuda a buscar caminos de
conciliación (Jugar al padel no va ser una costumbre / mañana te quedas tú con
los chicos).
Otro
elemento, más sumergido, son las NECESIDADES.
Los intereses se explican acudiendo a la
necesidades de cada persona: necesidad de afecto, descanso, ser aceptado,
seguridad, sentirse realizado, bienestar emocional. Conocer las necesidades
profundas que movilizan el comportamiento del otro nos ayuda a ser más
respetuosos con su posición y dialogar con más calma. Dejamos de ver al otro
como un caradura que solo quiere imponer su posición y nos abrimos a la
posibilidad de conciliar intereses y necesidades.
SECUESTRADOS EMOCIONALMENTE
En
muchas ocasiones, cuando las posiciones se contraponen anida en nuestro
interior la condena (es un … “tal o una cual”), el catastrofismo (me va a
reventar la cabeza) o los deseos de venganza (le voy a pagar con la misma
moneda). Cuando esto ocurre, somos secuestrados
emocionalmente, nos configuramos en “modo hostil” y utilizamos un estilo de
comunicación agresivo. En ese momento, no deseamos resolver el conflicto. Solo queremos
ganar e imponer nuestra visión de las cosas.
Por
eso, conviene tomar distancia del
problema, ir despacio, reflexionar sobre los intereses y necesidades compartidos,
mostrar actitudes templadas, eludir el sarcasmo, cuidar el estilo de
comunicación y si, solos no podemos, pedir ayuda a un profesional.
Cada
familia es única y cada crisis familiar integra un universo de historias,
implicados y connotaciones pero espero que esta pequeña reflexión nos anime a
fortalecer nuestras relaciones personales.